viernes, 23 de junio de 2006

Una novela sin fin

Columna del sábado 24 de junio de 2006

César Pérez Méndez
VERITAS

Era muy enamorado. Por esa época tenía dos novias, ambas eran muy bonitas y agradables. Son confesiones de la mamá del protagonista.
Nadie sabía de esos amores. Cada una lo quería mucho, hasta ese entonces, se pudieron dar cuenta que él, era verdaderamente amado. El actor principal tiene nombre, no es ficticio ni dictado por un guión, es propio; se llama Joaquín Rodas Andrade, de 23 años.
Cuando llegó a mis manos la novela “El Cristo del Secuestro” tenía dos actividades simultáneas en agenda, opté por ninguna, el nombre de la publicación me obligó iniciar su exploración; el interesante relató me llevó esa misma noche a concluir su lectura.
Acepto que difícilmente me quebranta un relato, esta vez, me conmovió los detalles del secuestro del universitario Rodas Andrade, ocurrido hace 21 años con tres meses y 21 días.
La novela va más allá de ser un aporte a la literatura guatemalteca, es impresionante conocer el diario de la madre de la víctima, Elizabeth Andrade de Rodas. En sus líneas me pareció encontrar un desahogo, donde rompe el silenció y se atreve a confesar intimidades de su hijo, desde el día que fue tragado por la represión que por la década de los ochenta se vivía en el país, de la que no escapó Quetzaltenango.
Habla de los gustos de Joaquín, de sus amores desconocidos; fue hasta esos amargos días que las chicas llegaban a diferente hora. Una de ellas se llamaba María Elizabeth y la otra, Patricia. Esos amores siguen esperando.
El caso del estudiante de Agronomía, del Centro Universitario de Occidente, CUNOC, está íntegramente detallado, según la autora, lo recuerda claramente, como si fuera ayer.
Ese sábado 2 de marzo de 1985, a Joaquín le habían preparado el bistec de hígado y papas fritas, su comida favorita, pero jamás regresó. En ese entonces, la familia quetzalteca Rodas Andrade ignoraba que iniciaba un calvario sin misericordia a través de los años.
La mamá sólo quería que el Ejército le devolviera a su hijo, sano y salvo. Se arrodilló y suplicó a los jefes castrenses, pero nadie supo aclarar el paradero del universitario que se identificaba con los desposeídos.
Si algo tiene claro la escritora, es que la esperanza no muere; “Creo que Joaquín está vivó y que algún día si Dios quiere, regresará”. Ese capítulo de la novela todavía no está escrito.

PUNTO FINAL. “El Cristo del Secuestro”, porque entre las penitencias de Elizabeth Andrade, por el regreso de su hijo, estuvo construir una capilla que hoy tiene a un Cristo, a quien ella llama “El Cristo del Secuestro”.

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