viernes, 1 de septiembre de 2006

Recordando a Eulalia Camposeco Cruz

Columna del sábado 2 de septiembre de 2006

César Pérez Méndez
cperez@elquetzalteco.com.gt
VERITAS

Un amor, pero del bueno, sin condiciones. Convivieron y trabajaron juntos desde que se conocieron. Ella no está más, partió el 20 de agosto, justo cuando cumplían 22 años de haberse conocido, en Panamá.
Es la historia de una indígena guatemalteca, la psicóloga Eulalia Camposeco Cruz y el periodista colombiano, Estheiman Amaya Solano; verdaderamente particular, ni en las telenovelas. Sin todavía presentarse, él la vio y desde ese momento sabía que ella era el amor de su vida. Mirándola, le dijo: “con usted me voy a casar”; cuentan que salió corriendo, espantada. Y así fue, lo cumplieron: hasta que la muerte logró separarlos.
Ese curso internacional de cooperativismo, al que asistieron, marcó el inició de una relación que hoy deja un profundo vacío, pero que sus vástagos, José Damián, de 10 años, y Juan Estheiman, de 12, tendrán una magnífica historia que compartir, la de sus papás.
El cáncer le terminó ganando la batalla a Eulalia, que no fue fácil, porque cuando los médicos se lo detectaron, le daban dos meses de vida; sacó fuerzas y se mantuvo dos años más, tiempo en el que su compañero, se convirtió en su enfermero, confidente, consolador y compañía inseparable.
Estheiman convirtió su casa en oficina, para estar presto a cualquier necesidad de la mujer de su vida; por ello, ahora que descansa en paz, él se siente en el mismo ambiente: tranquilo. Siempre estuvo allí y luchó con ella hasta el final, un final en el que ella prefirió que no estuviera.
Nunca se había despegado de ella y justo cuando él viajaba a Suecia, el 20 de agosto reciente, pasó lo que pasó; como si el destino les hubiera robado la despedida o a lo mejor les dejó el mensaje que para ellos no podría haber despedida.
A Eulalia la conocí en 1996, apenas una década, pero tengo mucho para recordarla. Con su carácter y valentía, muy pocas mujeres he conocido. Jamás firmó, que yo haya visto, con su apellido de casada, porque era una fiel defensora de la libertad y autonomía de las féminas.
Cuando en los 90, Eulalia era directora del entonces periódico El Regional, reconozco que sin experiencia, más que voluntad, me abrió las puertas al mundo del periodismo, profesión que en la actualidad disfruto tanto.
Memoraré siempre su sonrisa, su exigencia y compromiso con el quehacer informativo. Esa combinación de psicóloga y periodista fue genial. ¡Descanse en paz!

PUNTO FINAL. Antes de fallecer, sin saberlo su esposo, Eulalia pidió a sus familiares que cuando muriera la sepultaran con la ropa que vestía el día que se conocieron; y así fue. Eso es amor.

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